Cogimos el coche una mañana de principios de septiembre. Todavía no habían empezado las clases, así que era una época para relajarse antes del duro trabajo. Sí, cuando yo iba a la universidad me tomaba bastante en serio las clases, apenas pisaba la cafetería y nunca jugué una partida de cartas. Era un estudiante aplicadito… Pero en vacaciones, tocaba descansar.
Acababa de sacar el carné y todavía no estaba muy convencido para hacer viajes más allá de ir por ciudad, pero mi amigo y copiloto me azuzó para que hiciéramos una ruta gourmet por el Occidente, una ruta para degustar algunos de los mejores quesos de asturias. Sabía cómo tocarme la fibra sensible: si se trataba de comer, y más si se trataba de comer quesos, me metía en cualquier fregado.
Y debo decir qué agradecí aquella serie de viajes gourmet que hicimos en aquel mes de septiembre previo a empezar las clases. Lo primero porque me sirvieron apara ganar destreza al volante. Es verdad que un par de veces estuvimos a punto de caer por un precipicio y otra vez un Guardia Civil me tuvo que ayudar a aparcar el coche en un sitio con mucha cuesta, pero al final todo salió bien, o sea, lo pudimos contar…
Pero además de ganar experiencia al volante, fue todo un lujo conocer sitios en los que no había estado nunca, a pesar de no estar muy lejos de casa. Si para ir a un pueblo perdido en el monte tienes que coger tres trenes y cuatro autobuses, te lo piensas dos veces, pero si tienes un coche, todo resulta mucho más sencillo.
El Suroccidente de Asturias está plagado de pueblos con encanto y que se salen de las rutas más habituales. Aunque hubo un concejo que no pudimos dejar de recorrer: Cabrales. Famoso por uno de los quesos de asturias más internacionales (y razón principal por la que fuimos) también nos permitió descubrir rincones maravillosos y rutas a pie deliciosas. Cuando terminó aquel mes y volvimos a clase lo hicimos con un buen sabor de boca… y nunca mejor dicho.