La merienda 

Tener un hijo provoca que los padres debamos cambiar muchas costumbres. Una de las cosas que más me gustaba era ver una película antes de irme a la cama. Pero es pura ciencia ficción cuando tienes un hijo, sobre todo si no duerme muy bien. Y entre dormir y ver una película al final tuve que optar por el sueño. Pero los hijos no solo quitan, por supuesto, también aportan muchas cosas, algunas inesperadas.

Por ejemplo, nuestro hijo ha sido una bendición para la alimentación en esta casa. Ahora está todo mucho más organizado porque él tiene unos horarios que hay respetar. Y quién me iba a decir a mí que iba a volver a merendar. Para él la merienda es sagrada. Como come en el colegio bastante pronto y no siempre mucho llega con mucha hambre a casa. Intentamos que no coma nada más llegar porque entonces tendría mucha hambre demasiado pronto de cara a la cena.

Pero a eso de las cinco ya hay que darle su ‘dosis’: dos vasos de leche semidesnatada, un vaso de zumo de naranja y tres o cuatro galletas. Es un auténtico fanático de la leche. Desde luego, los niños pequeños crecen bebiendo leche, pero algunos, una vez que van creciendo, pierden esa afición: la siguen tomando porque se la damos los padres, pero sin tanto entusiasmo como cuando son bebés. Pero en el caso de nuestro hijo es una pasión. 

Y yo le veo disfrutando tanto que acabo yo también tomando algo. Al principio era una pieza de fruta y poco más. Pero hubo un día que acabé tomando yo también un vaso de leche semidesnatada, su preferida. Hacía tanto tiempo que no tomaba un vaso de leche y nada más… Claro que la tomo con el café o incluso acompañada de cacao en polvo, pero beber leche sola era algo que ya no se me pasaba por la cabeza. Y lo disfruté. Así que ahora nos sentamos los dos a merendar viendo los dibujos a las cinco de la tarde, como cuando yo era un niño en la casa de mis padres.